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Oparipuina: Querida Paula (gazteleraz)

Hace mucho tiempo ya, o tal vez no tanto, como unos cinco o seis años, eras una preciosa estrella del cielo, muy curiosa por cierto.  Las estrellas, por si no lo sabes, viven en el cielo pero no están solas; forman grupos de vecinas y todas todas son buenas amigas.

Otra cosa que pasa entre las estrellas es que no hay ni chicos ni chicas, sólo son estrellas. Eso sí, cada una de un tamaño distinto y cada una brilla con una luz diferente, pero todas brillan. Además, se quieren mucho y se hacen compañía con mucha amabilidad. Y es que en el mundo de las estrellas no hay envidias, se respetan porque saben que cada una brilla a su manera y que todas son importantes.

Seguro que tú pensabas que las estrellas eran todas iguales, pues no lo son. Por ejemplo, tú eras la más pequeña del grupo de vecinas, aunque también la que más brillaba.

Las estrellas miran desde el cielo a la Tierra y a todos los demás planetas también. Pero tú  siempre estabas mirando la Tierra, preguntándote cómo sería vivir en ella.

Durante un tiempo miraste hacia África. Allí suele hacer mucho calor porque siempre brilla el sol; por eso te gustaba tanto. La verdad es que las estrellas sois muy amigas del sol, pero os veis muy poco, porque cuando el sol asoma vosotras os vais a dormir y cuando las estrellas brillan el sol se va a la cama. Sólo de vez en cuando coincidís.

Aunque tú eras tan curiosa que solías ser de las últimas en acostarte. Como te gustaba mucho que el sol te contara historias,  esperabas hasta el último momento, y cuando asomaba sus primeros rayos le pedías un cuento. El sol, muy simpático, siempre te contaba alguno y mientras él narraba maravillosas aventuras tú te quedabas dormida.

África te gustaba mucho, pero no encontrabas allí una familia que te hiciera tilín. Así que empezaste a mirar a Europa, donde hay menos sol, más nubes, más nieve y más lluvia, pero te parecía todo muy interesante,  aunque veías menos a tu amigo el sol. Y mirabas y mirabas una y otra vez divertida a la Tierra par ver cómo vivía la gente.

Un día, ¡qué sorpresa!, descubriste una ciudad que se llamaba Bakalao, o algo así. ¡Ay!, creo que era Bilbao y no Bakalao. Allí encontraste una pareja dándose besos de amor; y entre beso y beso hablaban de tener hijos:

– Pues tendremos diez hijos -dijo el chico.

– ¡Qué no, José, que esos son muchos ! -contestó la chica.- Mejor tendremos dos.

– Vale, Silvia, lo que tú digas -respondió José.- Tendremos primero un niño y después una niña.

– Pero eso no lo podemos decidir nosotros -le explicó Silvia.

– Ya lo sé, pero yo quiero que sea así -dijo convencido José.- Tú espera y verás.

El día que escuchaste esa conversación dio la casualidad que junto a ti estaba otra estrella con la que te llevabas requete bien. Como a las dos os habían gustado Silvia y José decidisteis que ellos serían vuestros padres.

De esta manera empezaron todos los preparativos en el cielo de las estrellas. Porque no sé si lo sabes, pero hay que decidir muchas cosas antes de nacer: si serás niño o niña, el nombre que te gusta, el color de los ojos y del pelo, si serás alto o bajo… Así mil y una cosas diferentes o mil y dos cosas, no lo sé seguro.

Entonces, tu vecina y amiga estrella decidió que quería ser chico, ¡que bien, así sería tu hermano! Había varios nombres que le gustaban, y al final se decidió por Marco. Y tal como quería José, entre los dos decidisteis que Marco sería el primero en nacer. Así que cuando estuvo todo dispuesto se marchó a la Tierra. Pero antes de partir te susurró:

– Estate preparada que pronto vendrás tú. Te estaré esperando, y compartiremos muchas aventuras, los juguetes, el sofá y la tele. ¡Hasta pronto hermanita!

Mientras Marco llegaba a casa y vivía con vuestra familia, tú te preparabas en el cielo. Lo primero que hiciste fue elegir un nombre, te querías llamar Enriqueta porque te gustaba que te dijeran: “¡Enriqueta estate quieta!” Te parecía divertido. Y cuando pensabas en eso te ponías tu nariz de payaso y hacías payasadas. Entonces cambiabas de idea: “¡Me quiero llamar Pirrotx!”. Un día te disfrazaste de hada y cambiaste de nombre: “Me llamaré Fairy”; otro te maquillaste de gatita: “Seré  Marramiau”; otro día…

Así para cuando te diste cuenta ya era la hora de nacer. Según bajabas a la Tierra para convertirte en una niñita sonaban los violines. Te recuerdo que cuando una estrella se convierte en niño o niña en el firmamento lo anuncian con música celestial. Esa música es especial por lo que sólo pueden oírla los que están muy atentos, los expertos en música del cielo y por supuesto las estrellas. En tu caso los violines se pusieron a bailar arrancando de su interior notas que nunca antes habían sonado.

Después, al nacer descubriste que tu nombre era Paula y te encantó. Pensaste: “¡Qué bonito!” Tus padres de alguna manera sabían que tú eras la estrella más pequeña y más brillante de todas, por eso decidieron llamarte Paula, -que por supuesto quiere decir pequeña-. Casi seguro que Marco tiene algo que ver con el nombre.

Y aquí estás, viviendo en la Tierra. Si te fijas, te darás cuenta que como eras una estrella cuando se apagan las luces brillas. ¿No lo has notado todavía? Para eso tienes que apagar la luz todas las noches, cerrar suavecito los ojos y mirarte el corazón. ¿Qué cómo te miras con los ojos cerrados? Es muy fácil, tú prueba, cierra los ojos y mira hacia dentro.

 

Cuando lo consigas verás dentro de ti brillar la luz de la estrella bonita que eras y que siempre serás.

 

  (noviembre 2012) Pily

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