Oparipuina: Jesús el pescador y la sirena Ana

Un día, se puso a caminar y llegó hasta el mar Mediterráneo… y allí quedó dormido por un día, dos, y hasta tres. Estaba tan cansado que no podía despertar… Pero, el hambre le despertó y con lo apañado que es con la madera, se construyó una caña y se puso a pescar. Aquel día, hizo un buen fuego, y se merendó un montón de pescaditos fritos, que más o menos pudo transformar su sabor con el fuego. Apañado era para la talla, pero, para cocinar, dicen que no mucho.

Durmió bajo las estrellas, la luna y acompañado por el fuego, hecho durante el día, que no dejó apagar.

Al despertar, volvió a sentir hambre, y volvió a echar la caña improvisada, al agua. Sentado en la roca, sumergido en sus pensamientos, notó en su mano que algo se había enganchado. Tiró  y tiró con fuerza…  asombrado y fascinado, vio que había pescado una sirena.

sirenaAllí estaba nuestro Jesús en estado de alucinación, frente a aquella guapísima sirena que no le quitaba ojo, pues, nada más mirarse a los ojos, quedaron enamorados.

Jesús, le ayudó a salir del agua. Se miraron y se miraron y ella le dijo: “Me llamo Ana y vengo nadando desde Bilbao. Hace unos días soñé contigo, te vi en esta roca tumbado, cansado, sediento y muerto de hambre. He venido nadando día y noche para encontrarte”.

Jesús al escuchar estás palabras quedó más prendado todavía de aquella bella sirena. También, él parecía reconocerla, quizás de otro tiempo, en otro lugar, juntos 

Pasaron unos días y unas noches juntos, bajo las estrellas y las fogatas que hacían.

Una noche Ana le pidió un favor a Jesús. Le contó que ella era humana como él, pero, que mientras vivía en Bilbao había intentado curar a un hombre de una enfermedad de la piel; y se confundió en el preparado que debía usar aquel hombre, llegando al punto que la piel de aquel hombre parecía más bien la piel de un sapo, después de aquel preparado que Ana cariñosamente le había recetado.

Aquel hombre, cogió tal enfado con ella, que la echó al mar. Allí, le rescataron unas sirenas y poco a poco, día tras día, noche tras noche, se fue convirtiendo y adaptándose a vivir como una sirena más.

El tiempo pasaba y ella anhelaba volver a Bilbao, hacer lo que le gustaba, coser, leer libros de medicina,(sin comprometer a nadie), tomar el sol. Lo que más echaba en falta era poder tomar el sol sin tener que esconderse de los humanos y también, a veces, sentía ganas de tener un compañero, un amorcito, con el que tener descendencia y vivir en la calle Artazu Bekoa que tanto le gustaba.

Le contó que había una forma de ayudarle, de dejar de ser sirena y convertirse en mujer otra vez.

Jesús le escuchaba atentamente, casi sin pestañear, casi sin respirar. Al escuchar la petición de ayuda, él  le dijo: “¿Cómo puedo ayudarte? ¿Qué tengo que hacer? Estoy dispuesto a lo que sea por estar junto a ti”.

Mañana debemos separarnos por un tiempo. Volveré nadando a Bilbao, llegaré en 2 o 3 días si nado día y noche, y nos vemos allí este sábado a las diez de la noche en el puerto, en la última roca de la última esquina que veas, del lado derecho del puerto. Allí, estaré yo y te daré nuevas instrucciones.” le respondió Ana cálidamente.

Y, Jesús allí se presentó en Bilbao esa misma semana, más bien al día siguiente de separarse.  Llegó a la roca acordada con mucho tiempo de antelación. Y, mientras esperaba a su amada, tallaba y tallaba cualquier cosa que le ayudara a estar tranquilo, aprovechando cualquier madera que llegaba a aquel puerto.

Llegó la hora del día del encuentro y allí asomó Ana, agotada de tanto nadar. Llevaba una caja de madera en la boca y se la entregó a Jesús.

Al abrir la caja Jesús, encontró un papel donde indicaba como transformar sirenas en mujeres.

Lo leyó atentamente, debía de conseguir muchas cosas que le requerían un gran esfuerzo encontrarlas, pero, decidió dejarlo para el día siguiente. El solo quería saciar su sed de abrazos con su amada Ana. Ella solo quería descansar profundamente en los brazos de Jesús.

Al día siguiente, Jesús fue en busca de todo lo que pedía aquel documento, sin dudar en ningún momento, de que aquello transformaría a Ana en una bella mujer.

Y, cuando logró todo lo requerido, bajó a la playa donde habían quedado esa noche Ana y él.

Se miraron, se reconocieron, confiaban entre miradas que aquello iba a salir bien.

Ella se tendió en la arena, él tapó tiernamente a su amorcito con una manta de color morada, como exigía el protocolo de transformación. Luego, le besó (¡No lo ponía en el protocolo, pero, tenía tantas ganas que no podía aguantarse!).

Continuó con el protocolo e hizo un círculo de 12 velas blancas que debía ser de un diámetro de 3 metros y ella debía de permanecer en el centro.

Luego sacó de la bolsa, rosas de color rojo, que debía deshojar y colocar sobre su pecho, formando un círculo; también debían de ser  12.

Siguió sacando flores de la bolsa, esta vez eran rosas amarillas que debía colocar bordeando todo el cuerpo de Ana.

Prosiguió construyendo un nido de madera, y lo colocó sobre el vientre de Ana, en el debía de colocar un papel con el número de hijos que quería tener con ella. Así lo hizo y colocó el número 2 que tanto le gustaba.

Y, por último, sacó de su bolsa unos zapatos de color rojo, que colocó a la altura de la cola de su sirena amada.

Sacó un papel que debía leer y repetir durante media noche para que al amanecer se diera el milagro que tanto deseaban.

Debía leer lo siguiente:

Velas blancas, dad espacio y tiempo a esta nueva mujer iluminando su transformación.

Rosas rojas, transformad este corazón de sirena en un corazón humano lleno de cualidades amorosas.

Rosas amarillas, que la Gracia y el nuevo sol iluminen este cuerpo que tanto tiempo ha permanecido sumergido bajo las aguas, y pueda adaptarse a vivir en la superficie de la tierra.

Nido de madera, que este nuevo útero, traiga tantas nuevas y sanas vidas como esta pareja desee.

Durante cuatro horas estuvo Jesús repitiendo este texto. Cansado, y sin perder en ningún instante su objetivo, debía acurrucarse en el lado derecho de su amada y susurrarle, cantarle, contarle todo lo que le quería. Verle como mujer y ensoñar una nueva vida juntos hasta el amanecer; tal y como indicaba el protocolo.

Al amanecer, Jesús agotado, pero, enamorado y entusiasmado miró a Ana, le despertó con un beso y levantó lentamente la manta. Al comenzar a ver que por allí asomaban unos hermosos pechos humanos, le tapó con pudor y volvió a su bolsa de la cual sacó un hermoso vestido blanco, ropa interior y una chaqueta también blanca. Unos pendientes y un collar de perlas, perlas que simbolizaban de donde venía…

Ana se vistió de mujer, de nuevo. Jesús se dio la vuelta mientras se vestía. Y, al girarse y verse, quedaron más prendados todavía el uno del otro.

Ella le llevó a su casa, la cual extrañó mucho tiempo. Y, allí, a aquella casa, llegaron con el tiempo y mucho amor, sus adoradas hijas Itziar y Josune, las cuales mantienen en su espalda una escama que nunca se va, al igual que su hermosa madre; como recuerdo de su larga travesía por el mar.

Y, cuentan que Jesús y Ana llevan más de 46 años casados, y que cada año que pasan juntos, vuelven a la roca donde se esperaron hace tantos años, y allí echan al mar unas rosas rojas y amarillas, y encienden 12 velas blancas y también las acercan a la superficie del mar encendidas, por si alguna sirena anhela el encuentro de algún intrépido pescador.

Maribí Franco

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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